TEMA:
El
noviazgo de los hijos.
OBJETIVOS:
- Reflexionar sobre el
crecimiento y maduración de los hijos y su desarrollo psico-afectivo.
- Tomar conciencia del
dolor que le cuesta al padre y a la madre el crecimiento de sus hijos y asumir
su desarrollo.
- Reflexionar sobre la
importancia de dialogar con los hijos cuando éstos inician una relación
afectiva.
- Crear empatía entre
padres e hijos.
DESCRIPCIÓN:
A
través de un escrito jocoso del autor Daniel Samper Pizano, reflexionar sobre
lo difícil que aceptar una relación afectiva de los hijos, ya que para ambos
genera crisis:
- Para los padres, el
duelo ante el desprendimiento de los hijos, su maduración y su alejamiento
afectivo, aceptar la sensación de envejecimiento y el ingreso a otra
generación.
- Para los hijos, la
dificultad de asumirse como seres sexuados y reclamar el derecho de vivenciar
un proceso afectivo fuera del círculo familiar. La dificultad de enfrentar
padres que puedan ser reacios ante el inicio de un «noviazgo».
PROCEDIMIENTOS:
1.
Entregar a cada participante el texto: «Llévate esos payasos ».
2.
Una persona lo lee en voz alta (si desea podría
dramatizarse).
3.
Cada participante responderá:
- ¿Cómo se sintió?
(Identificado, retratado…)
- ¿Por qué le cuesta tanto
a los padres aceptar que sus hijos inicien un noviazgo? – Sobre todo a los
papás con las hijas.
- Cuestione esta
afirmación: «Los hijos no deben tener novio o novia cuando están estudiando
porque descuidan los estudios».
- ¿Qué piensa de la
siguiente afirmación? «Los hijos deben esperar a tener dieciocho años (18) para
tener novio (a)».
- Cuestione la siguiente
afirmación: «Dejar tener novio a las hijas es alcahuetear que se embaracen».
- Mencione tres enseñanzas
que le deja este taller.
4.
Conclusiones:
«Llévate
esos payasos»
El día en que Juanita
cumplió catorce años entré con los payasos para alegrarle la fiesta en el mismo
instante en que lo hacían los contratistas de la miniteca cargados de cajas.
Todos nos llevamos tremenda sorpresa.
-
¿Quiénes son esos tipos tan raros que
vienen contigo? – me preguntó Juanita llevándome aparte.
-
¿Cómo así? – le contesté-. Son los
payasos que contraté para tu cumpleaños. Tú y tus amigos van a gozar como
enanos con los chistes de Salpicón, Calabazo y Remiendo.
Juanita
palideció:
-
¡Te enloqueciste! – me dijo impaciente-.
Cómo vas a traerme payasos a una fiesta de ¡catorce años! Ya están armando la
miniteca y no demoran en llegar los muchachos. Llévatelos de aquí antes de que
pasemos un oso olímpico…
-
¿Miniteca? ¿Muchachos? ¿Qué es lo que
está pasando? – pregunté casi a gritos.
Mientras Juanita corría a
terminar de arreglarse porque estaban a punto de llegar los invitados, su
hermana María Angélica me explicó con paciencia y comprensión que Juanita
estaba cumpliendo catorce años y a esa edad las fiestas se hacen con miniteca,
que es un equipo de luces y sonido par amenizar el ambiente, y con muchachos
que son unos seres parecidos a los señores pero más jóvenes, con los cuales
bailan las niñas.
-
¿Bailan? Alcancé a musitar.
-
Yo bailo, Juanita baila, nosotros
bailamos, vosotros bailáis, ellos bailan, - me explicó María Angélica con
resignación. – Llévate los payasos rápido y el año entrante cuando yo también
cumpla catorce, ¡no se te vaya a ocurrir aparecerte con mago o marionetas!
Esta fue, más o menos,
la abrupta manera como me precipité en lo que debe ser la edad madura. Ocurrió
hace pocos meses y todavía no he logrado entender cómo yo, un tipo juvenil y
tan alegre, pudo haber sido tratado de esa manera por la vida. Yo me limité a
tener una hija recién nacida y cachetona hace catorce años y hoy la muy ingrata
se va de fiestas y, en vez de payasos, que le fascinaban antes prefiere una
reunión donde bailan con muchachos.
Pero eso era apenas el
comienzo. Pocos días después, al regresar del trabajo, me encontré con que la
sala estaba invadida por dos jovencitas de blue jeans y suéter. Pensé que eran
estudiantes de la Nacional que querían conspirar con mi ayuda, pero Juanita
logró desviarme a tiempo hacia la cocina y me contó en voz baja:
- Son Luís Felipe Vargas y Germán Rueda, que viene a visitarme.
Salúdalos amablemente y si quieres convérsales un momento, pero no te instales
mucho tiempo: ellos se sienten mal cuando hay grandes.
Así traté de hacerlo,
obedientemente, pero me dejé llevar por un exceso de amabilidad. Les puse el
tema del fútbol – los dos carajitos detestaban el deporte- y hable por espacio
de dos horas. Empezaba a examinar la alineación de Brasil en México 70 cuando
se pusieron de pie y se marcharon sin decir palabra. Juanita se cogió la cabeza
a dos manos y me pidió que nunca más volviera a entablar conversación cuando
tuviera visitas. María Angélica la apoyaba en todo, y ahora sospecho que es
porque le gusta Luís Felipe Vargas.
- Pues no va ser necesario que me lo repitas – le dije al fin,
erguido y digno- porque ningún niñito de éstos vuelve a pisar mi casa. Todos
ustedes deberían estar estudiando matemáticas en vez de andar de visitas y
fiestas con miniteca. No quiero volver a ver a Luís Felipe Rueda ni a Germán
Vargas en los días de mi vida – rematé terminantemente-.
Juanita sin inmutarse,
se limitó a corregirme muy despacio: «Luís Felipe Vargas y Germán Rueda».
Desde ese entonces, la
lucha no ha sido solamente contra esos dos envejecedores prematuros de padres,
sino que me ha tocado insultar por teléfono a Juan Carlos Navas y amenazar a
Guillermo Caicedo con acusarlo ante el rector.
- Esto es el colmo – me dijo Juanita llorando después que azucé
el perro contra Pedro Vásquez-. A todas mis amigas las dejan ir a cine con
muchachos los sábados y tú ni siquiera permites que vengan a visitarme.
- No me importa lo que hagan tus amigos – le contesté-.
Seguramente son hijas de unos viejos de 40 años que se resignaron a la artritis
y a los dolores agudos de próstata. Yo todavía me siento joven. Juego fútbol
bastante bien, tengo fama entre mis amigos como bailarín de salsa y los
desconocidos no me dicen don Daniel sino Daniel. No acepto que vengan unos
pendejos de quinto de bachillerato a envejecerme. Punto.
Luego supe que el papá
de Claudia es un año más joven que yo; que le lleva varios meses al de Ana
María y que fui compañero de curso de Silvia, la cual se ennovió con Luís
Felipe Vargas después de darle calabazas a Pedro Vásquez, según me lo explicó
en detalle María Angélica para tratar de convencerme de que le permitiera a
Guillermo Caicedo visitar a Juanita. No di el permiso y de paso negué también
en de una fiesta. Pero como la mamá resolvió desautorizarme, acepté impartir mi
bendición a la fiesta, con la condición de que yo iría a recoger a Juanita a
las doce de la noche.
- Creo que me estás confundiendo con la Cenicienta – observó
atrevidamente-. A esa hora ni siquiera han servido la comida.
Pese a mis advertencias,
una tarde llegué y encontré que estaban Guillermo Caicedo y Germán Rueda
visitando a Juanita. Derrotado ante la tenaz evidencia de la edad, salí en
busca de Daniel, mi hijo de ocho años, a quien encontré jugando en el parque
con Liliana Gutiérrez, una niña vecina. El inocente espectáculo me devolvió
algunos de los arrestos perdidos y sentí que no podía dejarme vencer por esa
agobiadora carga anímica que representa ser padre de adolescentes. En adelante
iba a ser mucho más próximo a Daniel, receta salvadora para recuperar terreno
en la lucha con el tiempo. Volví a sentirme joven, enamoradizo y deportista.
Pero no duró mucho. Al día siguiente sonó el teléfono y se oyó una voz de
muñeca que preguntaba por Daniel.
- ¿Quién lo necesita? – pregunté con tierna curiosidad.
- Liliana – contestó la voz. Y después de una pausa de tres
segundos reiteró con firmeza: Liliana, la novia de Daniel.
- Desde mi silla de ruedas psicológica ando buscando a Luís
Felipe Vargas, a Germán Rueda y a Pedro Vásquez para matarlos. Pero sobre todo
a Liliana Gutiérrez, ese monstruo de siete años que quiere llevarse a mi hijo y
privar a un pobre anciano de su único apoyo.
Daniel Samper Pizano
PISTAS
PARA LA REFLEXIÓN:
- El crecimiento y
desarrollo psico-afectivo de los hijos es un proceso lento que, en ocasiones,
sorprende desapercibidos a los padres. Estos experimentarán un «duelo» por la
pérdida que les significa dejar al niño para dar paso al adolescente, al joven
y luego al adulto. Este duelo no es fácil. Causa dolor, de ahí su nombre; por
tanto, los hijos deberán comprender que a sus padres también les cuesta
desprendimiento.
- Es necesario tener
presente que, como personas, nos desarrollamos integralmente; la parte física
va unida a la parte emocional. Los jóvenes necesitan madurar su componente
emocional de manera pausada y natural, por tanto se necesita que los padres no
se opongan al inicio de la vida afectiva, a las amistades de chicos y chicas, a
fin de facilitarles esta maduración.
- Los padres no deben
asumir posturas represivas frente al inicio del romance de los hijos, ya que se
presentarán consecuencias contraproducentes cono acentuación del capricho por
ellas, y el distanciamiento de la familia en el momento en el que más necesitan
de su apoyo y consejo.
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Gracias por capacitarse en la Escuela de Padres del Psicologo OSCAR SUAREZ