INSTRUCCIONES PARA LA ESCUELA DE PADRES

Programa ESCUELA DE PADRES virtual

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jueves, 3 de septiembre de 2020

EL INICIO DEL NOVIAZGO DE LOS HIJOS

 

TEMA:

            El noviazgo de los hijos.

           

OBJETIVOS:

-       Reflexionar sobre el crecimiento y maduración de los hijos y su desarrollo psico-afectivo.

-       Tomar conciencia del dolor que le cuesta al padre y a la madre el crecimiento de sus hijos y asumir su desarrollo.

-       Reflexionar sobre la importancia de dialogar con los hijos cuando éstos inician una relación afectiva.

-       Crear empatía entre padres e hijos.

 

DESCRIPCIÓN:

 

            A través de un escrito jocoso del autor Daniel Samper Pizano, reflexionar sobre lo difícil que aceptar una relación afectiva de los hijos, ya que para ambos genera crisis:

-      Para los padres, el duelo ante el desprendimiento de los hijos, su maduración y su alejamiento afectivo, aceptar la sensación de envejecimiento y el ingreso a otra generación.

-      Para los hijos, la dificultad de asumirse como seres sexuados y reclamar el derecho de vivenciar un proceso afectivo fuera del círculo familiar. La dificultad de enfrentar padres que puedan ser reacios ante el inicio de un «noviazgo».            

PROCEDIMIENTOS:

 

1.      Entregar a cada participante el texto: «Llévate esos payasos ».

 

2.      Una persona lo lee en voz alta (si desea podría dramatizarse).

 

3.      Cada participante responderá:

 

-     ¿Cómo se sintió? (Identificado, retratado…)

-     ¿Por qué le cuesta tanto a los padres aceptar que sus hijos inicien un noviazgo? – Sobre todo a los papás con las hijas.  

-     Cuestione esta afirmación: «Los hijos no deben tener novio o novia cuando están estudiando porque descuidan los estudios».

-     ¿Qué piensa de la siguiente afirmación? «Los hijos deben esperar a tener dieciocho años (18) para tener novio (a)».

-     Cuestione la siguiente afirmación: «Dejar tener novio a las hijas es alcahuetear que se embaracen».

-     Mencione tres enseñanzas que le deja este taller.  

 

4.      Conclusiones:

 

«Llévate esos payasos»

 

            El día en que Juanita cumplió catorce años entré con los payasos para alegrarle la fiesta en el mismo instante en que lo hacían los contratistas de la miniteca cargados de cajas. Todos nos llevamos tremenda sorpresa.

 

-      ¿Quiénes son esos tipos tan raros que vienen contigo? – me preguntó Juanita llevándome aparte.

 

-      ¿Cómo así? – le contesté-. Son los payasos que contraté para tu cumpleaños. Tú y tus amigos van a gozar como enanos con los chistes de Salpicón, Calabazo y Remiendo.

 

Juanita palideció:

 

-      ¡Te enloqueciste! – me dijo impaciente-. Cómo vas a traerme payasos a una fiesta de ¡catorce años! Ya están armando la miniteca y no demoran en llegar los muchachos. Llévatelos de aquí antes de que pasemos un oso olímpico…

 

-      ¿Miniteca? ¿Muchachos? ¿Qué es lo que está pasando? – pregunté casi a gritos.

 

Mientras Juanita corría a terminar de arreglarse porque estaban a punto de llegar los invitados, su hermana María Angélica me explicó con paciencia y comprensión que Juanita estaba cumpliendo catorce años y a esa edad las fiestas se hacen con miniteca, que es un equipo de luces y sonido par amenizar el ambiente, y con muchachos que son unos seres parecidos a los señores pero más jóvenes, con los cuales bailan las niñas.

 

-       ¿Bailan? Alcancé a musitar.

 

-      Yo bailo, Juanita baila, nosotros bailamos, vosotros bailáis, ellos bailan, - me explicó María Angélica con resignación. – Llévate los payasos rápido y el año entrante cuando yo también cumpla catorce, ¡no se te vaya a ocurrir aparecerte con mago o marionetas!

 

Esta fue, más o menos, la abrupta manera como me precipité en lo que debe ser la edad madura. Ocurrió hace pocos meses y todavía no he logrado entender cómo yo, un tipo juvenil y tan alegre, pudo haber sido tratado de esa manera por la vida. Yo me limité a tener una hija recién nacida y cachetona hace catorce años y hoy la muy ingrata se va de fiestas y, en vez de payasos, que le fascinaban antes prefiere una reunión donde bailan con muchachos.

 

Pero eso era apenas el comienzo. Pocos días después, al regresar del trabajo, me encontré con que la sala estaba invadida por dos jovencitas de blue jeans y suéter. Pensé que eran estudiantes de la Nacional que querían conspirar con mi ayuda, pero Juanita logró desviarme a tiempo hacia la cocina y me contó en voz baja:

 

-      Son Luís Felipe Vargas y Germán Rueda, que viene a visitarme. Salúdalos amablemente y si quieres convérsales un momento, pero no te instales mucho tiempo: ellos se sienten mal cuando hay grandes.

 

Así traté de hacerlo, obedientemente, pero me dejé llevar por un exceso de amabilidad. Les puse el tema del fútbol – los dos carajitos detestaban el deporte- y hable por espacio de dos horas. Empezaba a examinar la alineación de Brasil en México 70 cuando se pusieron de pie y se marcharon sin decir palabra. Juanita se cogió la cabeza a dos manos y me pidió que nunca más volviera a entablar conversación cuando tuviera visitas. María Angélica la apoyaba en todo, y ahora sospecho que es porque le gusta Luís Felipe Vargas.

 

-      Pues no va ser necesario que me lo repitas – le dije al fin, erguido y digno- porque ningún niñito de éstos vuelve a pisar mi casa. Todos ustedes deberían estar estudiando matemáticas en vez de andar de visitas y fiestas con miniteca. No quiero volver a ver a Luís Felipe Rueda ni a Germán Vargas en los días de mi vida – rematé terminantemente-.

 

Juanita sin inmutarse, se limitó a corregirme muy despacio: «Luís Felipe Vargas y Germán Rueda».

 

Desde ese entonces, la lucha no ha sido solamente contra esos dos envejecedores prematuros de padres, sino que me ha tocado insultar por teléfono a Juan Carlos Navas y amenazar a Guillermo Caicedo con acusarlo ante el rector.

 

-     Esto es el colmo – me dijo Juanita llorando después que azucé el perro contra Pedro Vásquez-. A todas mis amigas las dejan ir a cine con muchachos los sábados y tú ni siquiera permites que vengan a visitarme.

 

-     No me importa lo que hagan tus amigos – le contesté-. Seguramente son hijas de unos viejos de 40 años que se resignaron a la artritis y a los dolores agudos de próstata. Yo todavía me siento joven. Juego fútbol bastante bien, tengo fama entre mis amigos como bailarín de salsa y los desconocidos no me dicen don Daniel sino Daniel. No acepto que vengan unos pendejos de quinto de bachillerato a envejecerme. Punto.

 

Luego supe que el papá de Claudia es un año más joven que yo; que le lleva varios meses al de Ana María y que fui compañero de curso de Silvia, la cual se ennovió con Luís Felipe Vargas después de darle calabazas a Pedro Vásquez, según me lo explicó en detalle María Angélica para tratar de convencerme de que le permitiera a Guillermo Caicedo visitar a Juanita. No di el permiso y de paso negué también en de una fiesta. Pero como la mamá resolvió desautorizarme, acepté impartir mi bendición a la fiesta, con la condición de que yo iría a recoger a Juanita a las doce de la noche.

 

-      Creo que me estás confundiendo con la Cenicienta – observó atrevidamente-. A esa hora ni siquiera han servido la comida.

 

Pese a mis advertencias, una tarde llegué y encontré que estaban Guillermo Caicedo y Germán Rueda visitando a Juanita. Derrotado ante la tenaz evidencia de la edad, salí en busca de Daniel, mi hijo de ocho años, a quien encontré jugando en el parque con Liliana Gutiérrez, una niña vecina. El inocente espectáculo me devolvió algunos de los arrestos perdidos y sentí que no podía dejarme vencer por esa agobiadora carga anímica que representa ser padre de adolescentes. En adelante iba a ser mucho más próximo a Daniel, receta salvadora para recuperar terreno en la lucha con el tiempo. Volví a sentirme joven, enamoradizo y deportista. Pero no duró mucho. Al día siguiente sonó el teléfono y se oyó una voz de muñeca que preguntaba por Daniel.

 

-       ¿Quién lo necesita? – pregunté con tierna curiosidad.

 

-      Liliana – contestó la voz. Y después de una pausa de tres segundos reiteró con firmeza: Liliana, la novia de Daniel.

 

-      Desde mi silla de ruedas psicológica ando buscando a Luís Felipe Vargas, a Germán Rueda y a Pedro Vásquez para matarlos. Pero sobre todo a Liliana Gutiérrez, ese monstruo de siete años que quiere llevarse a mi hijo y privar a un pobre anciano de su único apoyo.

 

Daniel Samper Pizano

            

PISTAS PARA LA REFLEXIÓN:

-      El crecimiento y desarrollo psico-afectivo de los hijos es un proceso lento que, en ocasiones, sorprende desapercibidos a los padres. Estos experimentarán un «duelo» por la pérdida que les significa dejar al niño para dar paso al adolescente, al joven y luego al adulto. Este duelo no es fácil. Causa dolor, de ahí su nombre; por tanto, los hijos deberán comprender que a sus padres también les cuesta desprendimiento.

 

-      Es necesario tener presente que, como personas, nos desarrollamos integralmente; la parte física va unida a la parte emocional. Los jóvenes necesitan madurar su componente emocional de manera pausada y natural, por tanto se necesita que los padres no se opongan al inicio de la vida afectiva, a las amistades de chicos y chicas, a fin de facilitarles esta maduración.

 

-      Los padres no deben asumir posturas represivas frente al inicio del romance de los hijos, ya que se presentarán consecuencias contraproducentes cono acentuación del capricho por ellas, y el distanciamiento de la familia en el momento en el que más necesitan de su apoyo y consejo.

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